viernes, 20 de mayo de 2011

China y EEUU: Choque de titanes

20/05/2011.- Los analistas de Wall Street están especulando con lo que ellos creen percibir como un giro importante en la estructura de empleo de la República Popular de China. Señalan que la masa trabajadora que se incorpora constantemente al mercado está disminuyendo rápidamente y que pronto China no contará con trabajadores baratos capaces de generar ganancias para los inversionistas capitalistas. Políticamente, Washington está festejando la noticia. Desde la perspectiva económica, sin embargo, Nueva York está de duelo.

La capital política norteamericana celebra los cambios percibidos ya que significaría que China tendría que comenzar a negociar en términos más favorables con EEUU. Por el lado económico, sin embargo, les preocupa a los inversionistas norteamericanos el debilitamiento del único mercado donde creían tener ganancias seguras.

La crisis económica de 2008, que afectó sobre todo a EEUU, tuvo dos interpretaciones en el mundo político financiero y académico. Para los financistas y sus ideólogos, la crisis significó una reducción significativa en la acumulación descontrolada de riquezas. En su ceguera aún están convencidos que pueden inyectarle a las instituciones financieras flujos suficientes para permitirles ser nuevamente competitivas. La realidad les ha enseñado que la estrategia no funcionó aunque todavía tienen propagandistas sueltos promoviendo esa solución.

La segunda interpretación de la crisis tuvo como eje lo que los analistas consideran el colapso de la “economía real” que ha cerrado centros de producción y ha lanzado al desempleo a decenas de millones de
trabajadores. El problema no es recuperar los flujos financieros, sino en establecer patrones productivos capaces de generar una nueva dinámica que aumente el empleo y, sobre todo, la tasa de ganancia.

Alemania y Francia, en menor medida, apostaron a esta estrategia. Como resultado sus economías reaccionaron mejor que las otras. El caso de China es emblemático ya que fue capaz de recuperarse rápidamente del colapso financiero. El crecimiento de la economía china logró incluso mantener a flote las economías de América del Sur que se convirtieron en proveedores de materias primas para el salto industrial que experimenta el gigante asiático.

La perdida de hegemonía de EEUU se ha agudizado dentro de sus propias fronteras. Los estados federales experimentan un giro político hacia la extrema derecha creando una nueva legislación orientada a expropiar a
los trabajadores de sus derechos y beneficios sociales. La excusa que se utilizó en cada uno de estos casos era que las arcas estatales se estaban vaciando y había que eliminar de los presupuestos las conquistas laborables que se remontaban a más de medio siglo.

Mientras que el segmento más rico de EEUU tiende a aumentar sus ingresos, producto de las leyes que lo beneficia, las capas medias y los trabajadores pierden sus empleos, sus beneficios sociales y jubilaciones
así como sus viviendas. En los estados del sur de EEUU, donde no existe una historia de conquistas sociales, la política de “desposesión” de la extrema derecha se dirigió a los trabajadores inmigrantes que ocupaban
los empleos menos remunerados pero que reciben beneficios sociales. La táctica es continuar explotando a los trabajadores extranjeros, pero eliminando sus beneficios sociales.

La estructura social norteamericana, heredada del siglo XX, pareciera estar tomando nueva forma con motivo de la crisis de hegemonía. La tradicional estratificación social – con una clase media muy fuerte - atravesada por un elemento de desequilibrio étnico y una creciente presencia laboral de la mujer, está cambiando aceleradamente.

La nueva pirámide social que emerge de la crisis de hegemonía no se parece a la estructura social prevaleciente en EEUU durante la segunda mitad del siglo XX. La crisis de hegemonía no sólo representa un reto para la clase social tradicionalmente dominante, también es un reto para una clase obrera que ha sido arrinconada. La clase capitalista quiere regresar a las tasas de ganancia del siglo pasado. A su vez, los trabajadores añoran la estabilidad de sus empleos.

Los capitalistas seguirán buscando -en cualquier parte del mundo- las condiciones para generar ganancias. El capital puede moverse con rapidez y reconstruirse políticamente, con relativa facilidad, en cualquier parte del mundo. China y algunos países con economías emergentes cuentan con reservas importantes de fuerza de trabajo. Los capitalistas apuestan que los flujos financieros dirigidos a esos países se convierten rápidamente en capitales y ganancias.

Si el mercado excepcional de China con su fuerza de trabajo rebosante tiende a cerrarse – como dicen los especialistas de Wall Street – la situación para el capitalismo mundial sólo puede empeorar. ¿Qué prefiere
el establishment norteamericano, ganar la guerra ideológica y acabar con la rica veta china o incrementar sus ganancias capitalistas y ver prosperar a China?
 
 
 
 

miércoles, 18 de mayo de 2011

México exporta criminalidad

- En la violencia desatada por la estéril guerra que el gobierno de México libra contra el narcotráfico, por encargo de Washington, su relación con las naciones centroamericanas y otras más al sur se deteriora.

“La garra del imperialismo mexicano se cierne sobre Guatemala”, se leía en carteles en las calles y en desplegados en algunos diarios de la capital cuando en 1966 llegó a esa ciudad el presidente de México
  Gustavo Díaz Ordaz, en visita oficial para entrevistarse con su homólogo Julio César Méndez Montenegro.

Por más que el coronel del ejército guatemalteco representara al partido llamado revolucionario que derrocó a la dictadura de Federico Ponce en 1944, en su gobierno se mantenían los sentimientos antimexicanos que
  arrancaban desde 1821, cuando la población del estado fronterizo de Chiapas decidió en un plebiscito adherirse a la naciente nación vecina del norte. Guatemala consideró siempre que México le había arrebatado ese territorio, que reclamó junto con el de Belice hasta la independencia de esa posesión británica en 1973. Pero su resentimiento con México, agudizado cuando el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines apoyó, aunque infructuosamente, al de Jacobo Arbenz, finalmente derrocado por el golpe militar de Carlos Castillo Armas en 1954, no concordaba con la prestigiosa política de México, reconocida durante muchos años por su postura frente a las dictaduras castrenses del área y por su respeto a la soberanía y la autodeterminación de los estados.

El otorgamiento de asilo político a gobernantes derrocados y líderes políticos perseguidos, el desconocimiento del régimen de Francisco Franco en España, la negativa a acatar la decisión de la Organización de Estados Americanos de romper relaciones con Cuba, dictada por Estados Unidos en 1962, daban a México –sin que sus gobiernos así lo proclamaran—el sitio prominente de liderazgo en América Latina.


Ese reconocimiento se mantuvo mientras la política exterior de los gobiernos de México pusieron en práctica los postulados surgidos de la revolución iniciada en 1910 y que en las décadas siguientes constituyeron los años de la construcción, material e institucional, del nuevo país. Todavía en 1973 el gobierno mexicano abrió las puertas a un nuevo exilio masivo, el de los perseguidos de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, y dio refugio a otros emigrantes del Continente, como Argentina en la etapa del dominio de los militares.


Perdido ese prestigio con el advenimiento de los gobiernos afectos al neoliberalismo y la economía del mercado regida por los Estados Unidos, supeditada su política a los dictados del vecino del norte, modificada la composición del panorama latinoamericano con la presencia de otros centros de aspiración a la democracia, otra fama de México avanza en la opinión internacional y en sus relaciones con el resto del Continente.


Hay para ello episodios significativos. En la violencia desatada por la estéril guerra que el gobierno de México libra contra el narcotráfico, por encargo de Washington, su relación con las naciones centroamericanas y otras más al sur se deteriora. El trato que, en la miseria creciente generada por el neoliberalismo, reciben en México los migrantes que cruzan la frontera del río Suchiate en busca de llegar a la Unión

Americana en busca de un trabajo –secuestros, desapariciones forzadas, asesinatos—tolerados y hasta propiciados por autoridades venales de los servicios migratorios, están creando una situación de alta tensión en las relaciones con esos países.

En vez de apoyo y solidaridad con los esfuerzos que América Latina realiza en su camino por alcanzar el desarrollo con sus propios medios, México comienza a exportar violencia y criminalidad. La cruel muerte por

decapitación dada a veintisiete labriegos en la zona del Petén, en el norte de Guatemala contiguo a Chiapas –asesinato masivo atribuido al grupo delincuencial de Los Zetas, contribuye a exacerbar ese antiguo
sentimiento antimexicano, cuando se ve a un país, no ya como el usurpador de territorios, sino como la amenaza presente y actuante, como el país de donde viene la calamidad cuyas autoridades han sido incapaces de erradicar.